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Felipe Guerra Castro
Poeta y
escritor. Nació en Monterrey, N.L. en 1881. Vivió su niñez y juventud en
Hidalgo al lado de sus familiares. Murió en la Cd. de Chihuahua, Mx. en 1922.
Impulsó
culturalmente a la juventud de Monterrey. Colaboró en periódicos de Monterrey y
la Ciudad de México, como "El Mundo Ilustrado". Su más famoso poema
"Delirio", alcanzó renombre mundial.
***
Delirio
En un
charco de sangre, ahí estabas tendida
para
siempre callada, para siempre dormida,
con los
ojos abiertos, muy abiertos... abiertos
y mirándome
siempre como miran los muertos,
sin amor y
sin odio, sin placer ni amargura,
con sutil
ironía y a la vez con ternura.
El puñal en
mi diestra todavía humeaba,
pero ya a
mis oídos el furor no gritaba,
y crecía el
espanto y la angustia crecía,
y humeaba
en mi diestra el puñal todavía
con el vaho
candente de tu sangre ardorosa,
de tu
sangre de virgen, de tu sangre de diosa.
¿Cómo
fué?... ¿quién lo sabe, si lo ignoro yo mismo?
¿Fué
ascensión a la cumbre? ¿Fué descenso al abismo?
Sólo sé que
en tus ojos vi otros ojos impresos,
que sentí
entre tus labios el calor de otros besos,
y entre
sombras y dudas mi razón agitada,
quise
hallar a tu sangre otra sangre mezclada,
y al vengar
mis agravios y entregarte a la muerte,
hasta el
último instante, hasta el último, verte,
y ver cuál
se borraba en tus yertos despojos,
la
impresión de esos labios, la impresión de esos ojos;
Y en tus
labios ya muertos, y en tus labios ya fríos,
para
siempre dejarte la impresión de los míos.
Era ya
media noche y en la obscura alameda
murmuraban
las hojas con voz débil y queda,
mientras
dulce y tranquila, tras finísimo velo
de neblina,
la luna se elevaba en el cielo.
"¡Cuán
hermosa es la vida! ¡Cuán hermosa!" dijiste.
Sí, la vida
es hermosa, -contesté- pero es triste
que se
acabe tan pronto... Y seguimos andando,
tú pensando
en la vida, yo en la muerte pensando.
Sí, la
muerte, la muerte, -murmuré; y, asustada,
te parste y
me viste con medrosa mirada,
y en tus
ojos tan grandes y en tus ojos tan bellos,
vi brillar
más que nunca la mirada de aquellos,
y en mi
fiebre inextinta de pasión y locura,
recorrióme
la suave sensación de frescura,
del que
asciende a las cumbres o desciende al abismo...
y después...
¿quién lo sabe, si lo ignoro yo mismo?
En un
charco de sangre, ahí estabas tendida
para
siempre callada, para siempre dormida,
con los
ojos abiertos, muy... abiertos
y mirándome
siempre como miran los muertos,
sin amor y
sin odio, sin placer ni amargura,
con sutil
ironía, y a la vez con ternura.
Todavía en
mi diestra el puñal humeaba,
pero ya a
mis oídos el furor no gritaba,
y crecía el
espanto, y la angustia crecía,
y humeaba
en mi diestra el puñal todavía...
con el vaho
candente de tu sangre ardorosa,
de tu
sangre de virgen, de tu sangre de diosa.
Mas, ¡oh
dicha que en medio de mi crimen surgiera!
Al dejar en
tus labios la caricia postrera,
ví que al
fin se borraba de tus yertos despojos,
la
impresión de sus labios, la impresión de sus ojos,
y en tus
labios ya muertos y en tus labios ya fríos,
para
siempre qudaba la impresión de los míos.
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